Le echo tanto de menos. Parece que la gente sigue adelante y yo no puedo. Pienso en ella todo el tiempo. Me he distanciado de los demás. No dejo de pensar en la última vez que la vi, lo que podría haber hecho. Estos pensamientos en bucle me acompañan siempre. ¿Por qué me ha pasado esto a mí? No es justo. Me aferro a su imagen y la tristeza no se pasa. Yo no quiero olvidar.
Pensamientos como este son normales durante un tiempo determinado cuando uno/a ha perdido a un ser querido. Pero, ¿cuándo un duelo se vuelve patológico? ¿Ha pasado ya más de un año y te siguen invadiendo sensaciones como las mencionadas?
¿Qué es el duelo?
El duelo es un proceso natural de respuesta ante la pérdida de un ser querido que nos afecta a todos los niveles: físico, cognitivo, emocional, conductual y existencial.
Es el mecanismo que el cuerpo utiliza para afrontar esa ausencia. Este dolor global requiere también de una respuesta global que va más allá de hablar de lo sucedido y expresar emociones. Aunque esta parte es necesaria para la elaboración del proceso de duelo, no es la única.
A veces, el dolor es más difícil de superar debido a diversos aspectos como las circunstancias traumáticas de la muerte, la ausencia de apoyo social, la personalidad, el vínculo con la persona fallecida, etc.
Síntomas del duelo
Si ha pasado poco tiempo desde la pérdida, seguramente las sensaciones físicas estén más presentes e intensificadas. Si hace más tiempo, es posible que la magnitud sea menor a nivel físico pero aparezcan más síntomas psicológicos que en esos primeros días.
Todos estos pensamientos, sentimientos, comportamientos y síntomas físicos se denominan respuestas o afrontamientos de duelo y son maneras naturales con las que respondemos ante una situación tan impactante que nuestro cerebro y cuerpo no pueden asimilar.
Respuestas físicas
Sensación de estómago vacío
Falta de energía, agotamiento
Llanto
Alteraciones del sueño (insomnio o sueño excesivo)
Inapetencia, pérdida de peso
Opresión en el pecho
Pérdida del deseo sexual
Respuestas psicológicas
Extrañeza ante el mundo habitual
Incredulidad
Irritabilidad
Confusión
Alucinaciones relacionadas con la pérdida
Preocupación por lo que se ha perdido
Pérdida de ilusión, desinterés
Culpa y reproche (por los fallos con esa persona, por retomar la alegría)
Ansiedad
Rabia hacia los médicos, Dios, familiares…
Alivio, liberación
Sentimiento de abandono
Desasosiego ante fechas señaladas
¿Mi duelo es normal o ya es patológico?
Determinar si un duelo es normal o no depende principalmente de la intensidad del malestar y de la interferencia con la vida cotidiana de la persona.
Realmente, hasta los 2 o 3 años no podremos decir si alguien ha integrado adecuadamente la pérdida de ese ser querido.
La sociedad actual, por la rapidez con la que se nos exige vivir y por la dificultad para expresar y permitir emociones, se alarma cuando una persona sigue triste, acordándose de su ser querido o sin muchas ganas de hacer vida social.
Por eso es importante conocer los criterios de duelo patológico para saber cuándo preocuparnos.
No existe un diagnóstico consensuado de duelo patológico sino que depende de cada persona y situación individual, pero se han propuesto una serie de criterios a valorar.
Criterio A
Estrés por la separación afectiva que conlleva la muerte. Para ello se han de presentar cada día o de forma muy intensa al menos 3 de los 4 síntomas siguientes:
Aparición de pensamientos intrusivos y repetitivos acerca del fallecido
Añoranza (recordar su ausencia con enorme y profunda tristeza) del fallecido
Búsqueda (aún sabiendo que ha muerto) del fallecido
Sentimientos de soledad debido al fallecimiento
Criterio B
Estrés por el trauma psicológico que supone la pérdida (4 de los 8 síntomas):
Ausencia de metas y/o tener la sensación de que todo es inútil respecto al futuro
Sensación subjetiva de frialdad, indiferencia o ausencia de respuesta emocional (bloqueo emocional)
Dificultad de aceptar la realidad de la muerte
Sentimientos de vacío y de que la vida carece de sentido
Sentir que una parte de sí mismo/a ha muerto también
Asumir síntomas y conductas poco adecuadas del fallecido o relacionadas con él
Excesiva irritabilidad, amargura, y/o enfado en relación con la muerte
Alteraciones en la manera de ver e interpretar el mundo
Criterio C
Duración de los síntomas de, al menos, 12 meses.
Criterio D
No hablaremos de duelo patológico si no se produce un deterioro en la vida social o laboral de la persona. Esas áreas deben estar afectadas. Si la persona puede seguir con su vida razonablemente bien aunque siga teniendo pena, no se consideraría complicado.
Además de estos criterios es fundamental entender el patrón de vinculación que establece la persona afectada. El estilo de apego que portamos desde la infancia será determinante en la superación de la pérdida de un ser querido.
Las personas en duelo patológico suelen haber establecido una relación fusional y muy apegada con la persona fallecida, donde los límites entre una y otra eran difusos.
Personas más dependientes, que no pueden vivir sin el otro, donde el sentido o único proyecto de la vida es la relación afectiva, suelen sentir que, cuando pierden a esa persona, pierden una parte de ellos.
Cuando necesitas del otro para funcionar en la vida,no tomas decisiones sin su aprobación o beneplácito y has establecido un vínculo donde no ha habido mucho espacio individual, puedes padecer lo que algunos psicólogos denominamos melancolía.
El proceso del duelo: fases
El duelo tiene cuatro fases que se dan secuencialmente, aunque a menudo se superponen entre ellas. Ante cualquier pérdida (incluso en las separaciones o rupturas) se presentan estas etapas en mayor o menor medida.
Vivir la experiencia de duelo implica ponerles atención y aceptarlas todas.
En este proceso se dan dos tipos de mecanismos de afrontamiento: los orientados a la pérdida y los orientados a la restauración.
Para que el duelo pueda ser superado, estos dos mecanismos deben darse de forma oscilatoria, alternando entre ambos.
Al avanzar el proceso en el tiempo predominarán los mecanismos orientados a la restauración.
Fase uno del duelo: aturdimiento/choque
Tanto si el fallecimiento era esperado por una larga enfermedad, como si ha sido por causa inmediata, la primera reacción al conocer la pérdida es de aturdimiento y choque.
La conmoción causada por la noticia de la muerte amenaza nuestra capacidad de respuesta organizada.
Existe una gran activación a nivel corporal que puede manifestarse, entre otros, mediante aumento del ritmo cardíaco y respiratorio (taquicardias, mareos), sudoración, opresión torácica, temblores, etc. Asimismo, podemos vivir episodios de hiperactividad o hipoactividad (quedarse inmóvil).
Puede que nuestra capacidad para concentrarnos, la atención y la memoria se vean limitadas, lo que afecta a la toma de decisiones y a la realización de determinadas tareas.
Existe una gran sensación de irrealidad. Nos asaltan pensamientos como «esto no puede estar pasándome a mí» o «sabíamos que iba a morir pero no imaginábamos que el momento llegaría».
Emocionalmente podemos sentirnos confusos, desesperados, tristes, culpables, llenos de angustia, miedo y ansiedad. La variedad de emociones sentidas puede ocasionar un sentimiento de embotamiento emocional, con incapacidad de sentir y de llorar; otras personas, en cambio, tienden a expresar su aflicción de manera intensa con llantos o gritos.
Es normal experimentar una oscilación entre la expresión y la inexpresión, entre la palabra y el silencio. En esta etapa podemos ver una gran variedad y diversidad de respuestas.
Todas ellas son normales, desde el llanto más desgarrador, hasta la aparente solvencia y reserva. En definitiva, todas estas reacciones ayudan a suavizar el impacto de la realidad de la pérdida.
Fase dos: protección/negación
Con frecuencia, en una familia en duelo la persona que lo lleva de manera más saludable es la que los miembros identifican como la que está peor.
Cuando tomamos conciencia de que empieza el día a día sin el ser querido sentimos la desgarradora realidad de la ausencia.
En esta fase podemos empezar a desarrollar una serie de respuestas de afrontamiento de la situación cuya finalidad es protegernos de esta nueva realidad.
En la mayoría de las personas en duelo empiezan a aparecer respuestas de evitación como negar los hechos o minimizar la importancia, mantenernos activos para manejar la sintomatología o incluso intentar sustituir la pérdida.
Estas estrategias promueven una asimilación más progresiva de la realidad; es decir, actúan como una barrera protectora ante el dolor, apartando de la conciencia recuerdos o pensamientos incómodos, sensaciones dolorosas, necesidades frustradas y el malestar general producido por la muerte del ser querido.
Hay una necesidad inconsciente de evitar el contacto con el dolor y la realidad de la pérdida.
Fase tres del duelo: integración/conexión
Progresivamente vamos aceptando la realidad de la pérdida y estamos más preparados para enfrentarnos al dolor que nos causa.
Las respuestas de evitación y negación van perdiendo intensidad y los recuerdos, así como la tristeza que de ellos se desprende, van inundando nuestro día a día.
En esta fase hay una gran necesidad de estar en conexión con los recuerdos de la persona fallecida, de hablar de los asuntos pendientes así como de lo importante que era esa persona en nuestra vida.
Aparecen los rituales como, por ejemplo, visitar lugares significativos, encender velas, hacer cajas de recuerdos, el diálogo simbólico (escribir cartas a la persona fallecida), etc.
En definitiva, es el momento de sentir la ausencia y el amor a través del recuerdo. Necesitamos expresarnos mediante la palabra u otras técnicas.
Fase cuatro: crecimiento/transformación
Después de asimilar todo el dolor de la pérdida, podemos experimentar una transformación importante en nuestras vidas. Pueden aparecer preguntas existenciales que hagan referencia al sentido de la vida.
Aparecen cambios en los valores y prioridades del afectado. Acostumbra a variar la percepción que tenemos de nosotros mismos y de los demás.
La pérdida se transforma en una nueva reorganización del mundo interno, dando paso a una nueva visión en el sentido y filosofía de la vida.
El dolor se va desvaneciendo paulatinamente para dar paso a otras emociones como la gratitud y el amor incondicional, tanto hacia la persona fallecida como a la vida en general.
Estas etapas son las necesarias por las que hemos de pasar para poder cerrar la herida emocional producida por la pérdida y que esta no se convierta en un duelo complicado o patológico.
No hay un tiempo determinado para establecer cuándo finaliza un duelo, pero no menos de un año.
Aunque en determinados momentos la ansiedad y la tristeza nos desborda es posible elaborar e integrar la pérdida de un ser querido y continuar viviendo (por supuesto, sin olvidar a esa persona).
Tratamiento psicológico del duelo
La muerte de un ser querido es uno de los fenómenos más dolorosos, indescriptibles y difíciles de asimilar en la vida de una persona. Mucha gente en esta situación se pregunta cómo sabe uno que ha superado una pérdida.
Durante el proceso psicoterapéutico veremos que integrar la muerte no es olvidar a esa persona ni dejar de conmoverse cuando algo nos recuerde a él/ella.
Los objetivos principales en una terapia de duelo son: facilitar al paciente que hable sobre el fallecido, permitir la expresión de las emociones que surjan (rabia, culpa, tristeza, ansiedad, negación), comprender el tipo de vínculo establecido con la persona fallecida, analizar el concepto de uno mismo y cómo se ha construido la autoestima tras el suceso y encontrar un sentido a la vida más allá del fallecimiento de esa persona tan importante.
La pérdida de una persona ha de elaborarse en un contexto relacional. Los seres humanos somos animales sociales que necesitamos del contacto emocional y la vinculación afectiva para desarrollarnos. Por ello, se desaconseja el aislamiento social para tratar de superar un duelo.
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