A lo largo de mi carrera me he encontrado a menudo con esta reflexión de mis pacientes: ¿Cuál es la pérdida más dolorosa? ¿Qué pérdida duele más? Ante esta pregunta casi siempre tropiezo con la misma respuesta: “La pérdida más dolorosa es la pérdida de un hijo, es antinatural”. He escuchado esta respuesta de boca de profesionales de la psiquiatría, de psicólogos, de asistentes a conferencias y en formaciones relacionadas con el duelo.
La creencia popular afirma de manera contundente que lo que más duele es la pérdida de un hijo. Es curioso porque esta afirmación, tan habitual y tan firme entre personas que debaten sobre el duelo pero que no están en duelo, pierde firmeza entre los dolientes.
Podríamos decir que todo se ve muy claro desde fuera, pero que esa visión cambia radicalmente cuando la persona vive la experiencia. No es lo mismo lo que sabemos con la cabeza que lo que sabemos o aprendemos desde el corazón. Inmersos en el proceso de duelo, las certezas se desdibujan.
Qué duelo es el que duele más
Si asistiéramos a una terapia grupal de duelo podríamos observar cómo una de las inquietudes del grupo es saber qué pérdida duele más. En el caso del grupo de duelo, la inquietud tiene más que ver con el papel que tiene cada participante y el orden de importancia o prioridad. En realidad, es como si debatieran sobre cuál de los miembros del grupo tiene más derecho a recibir atención por parte del terapeuta, o quién merece o necesita más cuidados.
En algún momento de la terapia, es frecuente que alguno de los participantes establezca comparaciones. Reproduzco una síntesis de lo que podría ser un diálogo real en un grupo de duelo:
– Lo mío duele más, porque claro, la muerte de mi padre fue repentina, no nos la esperábamos.
– Ya, pero tu pérdida es ley de vida, los padres mueren antes que los hijos. Yo he perdido a un hijo y eso no tiene ni siquiera nombre.
– Es verdad que lo tuyo no tiene nombre, pero yo he perdido a mi marido, he cambiado de estado civil.
Las necesidades del duelo
Estas intervenciones son casi textuales y se repiten invariablemente en cada uno de los distintos grupos de terapia que coordinamos. El sentido que tienen para mí guarda relación con el espacio que cada uno tiene en el grupo. Tiene que ver con los primeros momentos, cuando los participantes deben encontrar su espacio y defenderlo.
Cada uno conquista su turno de palabra, y la atención que recibe por parte del grupo y del terapeuta. También puede estar relacionado con justificar la necesidad de atención por parte del psicólogo: “Como lo mío duele más, necesito más atención por parte del terapeuta, o necesito hablar más tiempo, o soy más especial”.
El duelo que más duele es el propio
Independientemente de las conclusiones a las que lleguemos en cuanto a qué pérdida es más dolorosa, lo que el conductor de la terapia les explique ha de ir en esta línea:
A cada uno de vosotros os duele vuestra pérdida y lo hace de distinta manera, porque ninguna es igual a las demás. Lo que tenéis en común es el dolor que os produce la pérdida. Todos estáis viviendo un duelo. Eso es lo que os une y lo demás son aspectos que os distinguen. Cada uno de vosotros va a tener tiempo para exponer su experiencia y cada uno va a ser escuchado con respeto. Todos tenéis derecho a vivir vuestro duelo a vuestra manera, sin ser juzgados. Y por eso pediré lo mismo para cada uno de los participantes: que no os comparéis, que respetéis el turno de palabra y que no os interrumpáis los unos a los otros.
A cada uno le duele lo que ha perdido. No creo que exista un dolor que “objetivamente” sea más intenso, aunque podamos debatir sobre eso y sobre las ideas que tiene cada persona en relación al duelo. Al final cada quien explicará su dolor en base a su contexto, y eso es lo que nos permite comprenderlo mejor.
Estas claves pretenden servir de orientación a las personas que han sufrido la pérdida de un ser querido o intentan ayudar a una persona doliente de su entorno. Para saber más o para solicitar ayuda psicológica gratuita, no dudes en consultar nuestra página web:
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